sábado, 18 de julio de 2009

LA FIGURACION DEL MAGO Y LA BRUJA


Durante los siglos VI al XV, la iglesia de Roma conquistó al territorio no sólo como jurisdicción eclesiástica sino a través de la evangelización. Si bien la conversión no fue tarea fácil para los misioneros italianos e irlandeses el triunfo de la nueva fe sobre la antigua, fue inminente. Para lograrlo, las metodologías más conocidas consistieron en superponer las fiestas cristianas sobre antiguas tradiciones paganas; la asimilación de prodigios, atribuidos a la magia por milagros realizados de Jesucristo, María o un santo; encontraron analogías entre los dioses paganos y los santos cristianos. Un método efectivo, consistió en reconsagrar un templo pagano por uno cristiano y así dejaron de derribarse los templos idólatras.

Con lo anterior, se buscaba que las prácticas propias de la antigua fe, como eran la adoración a la naturaleza y a las imágenes, se erradicaran por completo, como también el concepto de Fatum, pues la existencia humana quedaba signada por un destino, muchas veces implacable, sin permitírsele concebir la creencia en un solo Dios, pleno de misericordia y amor, dueño de la vida del hombre, pero en libertad e independencia.

Bernardez, afirma que la creencia en un submundo a donde van las almas réprobas, coincidió entre ambas religiones. Al comienzo la idea del trasmundo de la nueva fe, no dio muchos resultados ya que tanto los celtas como los germanos veían el infierno cristiano como el valhalla o la tierra de los Danaa por la ubicación geográfica. El trasmundo era el infierno y estaba bajo tierra, al igual que el Danaa de los celtas, la tierra de las hadas que subsiste bajo el ancho y profundo mar y en el caso de los germanos el vahalla, donde van los héroes de la mano de las valkirias. (Los mitos germánicos, 87)

Si para los cristianos, los demonios representan las fuerzas maléficas en la vida del hombre, ángeles caídos que se han rebelado contra Dios o quieren igualarse a El, para estas sociedades, son seres espirituales intermediarios entre los dioses y el hombre, utilizados, según la intención, para fines benéficos o maléficos.

Con lo anterior, queda claramente deducible el trato recibido por el pensamiento mágico-religioso de esta sociedad. No obstante, la práctica de la magia y la figura del mago fueron respetadas durante un tiempo, porque se asociaba magia con ciencia y ciencia con medicina, ésta última, necesaria para mantener y preservar la vida del hombre. La ciencia médica incluía entre sus saberes, astrología, herbolaria, hierbas y anatomía. (La magia en la edad media, 65-73)

Para Kieckhefer, lo mágico de los personajes creados por la tradición, la visión cristiana de la magia y sus seres del mal y el pensamiento cotidiano de la época sirvió para dar vuelo y resaltar los extraordinarios rasgos distintivos tanto de hadas como de hechiceras, de brujos como de magos, de cándidos seres como de aquellos perversos, dentro de un entorno ambivalente. Sinuosidades claroscuras empezaron a confundirse entre la noche y el día; las lagunas rodearon bosques oscuros y aparentemente deshabitados; sus aguas cristalinas sirvieron al pastoreo durante el recorrido solar, pero en la noche daban refugio a figuras deformes y eran testigos de prácticas abominables. Las plantas y las flores que adornaban las casas comunes de la gente corriente, eran manipuladas por hábiles y sabias manos que extraían sus mejores jugos para producir esencias benéficas para la salud del cuerpo y del alma o para trastocar tan preciosos néctares en fluidos repugnantes que sólo producían sufrimiento, dolor y muerte. Como vemos, la cotidianía de la vida siguió siendo epicentro para la práctica de la magia. En este punto, convergieron ciencia y religión. Las creencias populares se entrelazaron con las de la aristocracia y los esquemas ficticios se encontraron con la realidad cotidiana. (La magia en la edad media, 104-6)

En consecuencia, al ser tan cercana la magia, ésta fue aceptada y se toleró al mago, visto como un médico, a quien se le respetaba, mientras siguiera impartiendo sus conocimientos y hubiera quien los aprendiera y clientes para curar y practicar.

No obstante, con la aparición del Tribunal de la Inquisición, que desde el siglo XII, tuvo como labor principal el manejo de las herejías y el juzgamiento de brujas, el panorama cambió para estos personajes. Sobre ello, Kieckhefer, considera que la Inquisición buscó abolir las creencias de los reinos bábaros, con lo cual el pensamiento mágico decayó entre la gente del común. La magia ya no era un vínculo con lo científico, pues para la iglesia, tanto la magia blanca o natural como la negra, pertenecían a la misma raíz, el paganismo, por lo cual, ambas eran consideradas diabólicas, sin importar su uso. Además, con la creación de las universidades (siglo XII), la magia, como hecho científico y médico se extinguió, convirtiéndose en superchería. A pesar de ello, hubo una corriente de eruditos que siguió suponiendo que el pensamiento mágico tenía una base científica, de investigación y reflexión. Son las llamadas ciencias ocultas. El resto, se convirtió en artificio o magia cotidiana. (La magia de la edad media, 128)

Debemos agregar la exagerada imaginación de bardos y escritores para presentar a este tipo de prácticas y ritos de manera macabra y poco creíble para los verdaderos practicantes. Así mismo, los misioneros y monjes evangelizadores crearon alrededor del pensamiento mágico una intolerancia tal que no permitían la más mínima alusión a su existencia. Si se hacía, ésta era realizada a través de la escritura, como en la obra: Olaf Trygvason y el poder de los oscuros[1]

Pero no sólo en la magia se dio una evolución, también se dio en sus practicantes. Al comenzar la Edad Media existían el mago y la bruja, equivalentes al médico y a la curandera. Al finalizar este periodo, creció un sentimiento misógino hacia las mujeres que practicaban magia. Este sentimiento estaba en contraposición con la mujer exaltada del arquetipo caballeresco. La imaginación creó entonces dos tipos de mujer diferenciados en su proyección social. Para el modelo caballeresco, la mujer representaba a la bella dama, educada, ocupada en labores del hogar, piadosa y de actitud servil ante el hombre, muy femenina y cuya función vital era la procreación. La mujer ideal similar a la Virgen María. En cambio, la mujer maga, se convirtió en el prototipo de la bruja, mujer sabia y con conocimientos ocultos, capacidades destinadas sólo para los hombres. Es por está razón que la bruja o curandera decaería a hechicera, preparadora de pociones, brebajes y ungüentos y el brujo ascendería con el renombre de mago, intérprete de sueños, astrólogo y docto en la magia culta y en el manejo de objetos mágicos, posesiones encantadas y conocimiento de la alquimia. La condición de mago adquirió status en las cortes monárquicas, mientras las hechiceras tratarían tan sólo con la gleba. (Kieckhefer, 210)

La categoría de la bruja adquirió una imagen peyorativa, pues se la asociaba con maldad, considerándose su actividad, por fuera de la ética, portadora de dolor y execración. Muy pocas veces, su labor se relacionaba con algo sano o benéfico, en tanto sus pociones y menjurjes se utilizaban más para cosas disociativas que asociativas entre los seres humanos y entre estos con Dios.

La magia cotidiana de la bruja nació al ser relegada a prácticas diarias, como atender dolores de muelas, partos difíciles, curar infecciones o bajar fiebres de la gleba, pues el acceso a la corte le era negado. El pago por su labor era bajo y se la miraba con desconfianza entre la nobleza. Además, competía en sabiduría y experiencia con los magos y con los doctos en la materia, graduados en las primeras universidades del medioevo. ¿Qué le quedaba a esta mujer olvidada por la sociedad? Solamente, la simple práctica de sus conocimientos en animales y herbarios para la preparación de pociones, brebajes y ungüentos, que sirvieran para la recuperación de la salud física y para sanar el alma, enferma del mal de amor, ya fuera por una seducción no correspondida, por la intervención de una tercera persona en la relación de pareja o sólo por echar la suerte y traerle malas vibraciones a los enemigos.

De otra manera, los poderes y el vuelo mágico, atribuidos a la bruja tuvieron un origen simultáneo. La creencia comenzó con los primeros seguimientos de la iglesia a mujeres que creían ser raptadas o poseídas por diablos, debido a que experimentaban el poder de hacer hechizos y cabalgaban por la noche a lomo de demonios, transformados en animales. El paseo, encima de un diablo, fue el primer peldaño hacia lo que se conocería como el vuelo nocturno. La cabalgata, luego de caer la tarde, fue asociada a tres modelos paganos: Diana, la diosa grecorromana; Holle una divinidad germana y Danaa, diosa celta de la tierra. Con ellas, se representaba el ciclo ritual de la vida, la muerte y la resurrección. Además, debemos sumar el poder que obtenían de la naturaleza para usarlo en determinado fin (Cardini, 79-81)

Al mismo tiempo, dice Cardini, estas prácticas se vinculaban a ciertas tradiciones de los pueblos germánicos como lo eran el “wutende Heer” y la “wilde Jagd”, rituales que tenían como objetivo convocar a las valkirias, aquellas diosas de la literatura germánica que seleccionaban a los guerreros caídos en batalla. Como vemos, el ejercicio principal de estas tradiciones recayó en el papel de la mujer, quien era divinidad y humanidad, al mismo tiempo.

Entre los muchos demonios inventados por la imaginación humana, los llamados súcubos[2] son asociados con la mujer, pues se los concibe bajo una hermosa forma femenina para atraer a los hombres, atormentarlos y finalmente, conseguir su muerte. Actuaban de noche, deambulando desnudas por los bosques a lomo de caballo. Pero el vuelo se da, cuando las mujeres se vuelven demonios y al perder su naturaleza humana tienen el poder de flotar en el aire. Es en este punto donde se origina el vuelo. Primero y de forma humana, se presencia la cabalgata sobre espectros malignos transformados, para luego sufrir una metamorfosis demoníaca y poder volar. Estas ideas se funden con las hadas y la Banshee[3], de origen celta, ambas, seres mágicos voladores que perdieron su carácter mitológico para convertirse en demoníaco al contacto con el cristianismo. (Cardini, 249)

El hurto de niños nació con la función de la hechicera y algunas prácticas ocultas en la medicina. Desde la prehistoria (tal vez finales del neolítico) donde la magia y la bruja no sólo son símbolo de poder sino también de salvación, se consideró su intermediación entre los humanos y los dioses y su ciencia se convirtió en el don de crear o matar. De esta forma, con la llegada de la civilización, se convirtió en depositaria de conocimientos sobre la naturaleza, el cuerpo y el sentimiento humano; la maga no sólo articulaba lo divino y lo humano, sino que traía vida, como curandera o partera y como defensora de todo lo relacionado con la naturaleza. Es esta imagen querida la que debemos guardar en la memoria de una sabia mujer, a quien la historia social y la superchería popular trocaron en malvada.

El cristianismo trajo consigo misoginia y una designación peyorativa hacia la mujer maga. Lo que fue dado por vida, se relacionó con muerte. La bruja, curandera, partera y cuidadora de niños se transformó en infanticida por sus prácticas, antes o después del parto, por ejemplo. Su participación en el cuidado de niños recién nacidos fue trastocada completamente, para ser vista como enemiga de la infancia y la juventud. Aditivo a esto, la idea del aquelarre vino de la marginación social y religiosa dada a estas mujeres. Tal discriminación llegó, primero, de la misoginia; luego, por ser poseedoras de profundos conocimientos naturales, algunos de ellos, invaluables. Por último, la bruja fue obligada a vivir alejada de la corte, con el fin de no contaminar o hacer daño. Además, la restricción del papado sobre la práctica de ritos paganos hacían de estas habilidades, algo clandestino e ilegal, pues no estaban respaldadas por estudios profesionales. (La magia de la edad media, 188-191)

Estos motivos la obligaron a resguardarse en sitios nada populares ni transitados; terminaron como ermitañas, viviendo alejadas del ruido y el bullicio, en espacios inhóspitos como encrucijadas de montañas, bosques, páramos o cerca de cavernas. Percibimos que su figuración es la de una imagen antisocial, no por deseo propio, sino obligada por las circunstancias, que hacen de la bruja un ser humano marginado a un resguardo solitario, practicando actividades consideradas no canónicas para la sociedad cristiana.

En cuanto a las reuniones o aquelarres de brujas, se cree que éstas comenzaron cuando tuvieron que buscar sitios alejados del perímetro social para poder perpetrar su rutina de magia y sortilegios. Sólo debían conocerlo, aquellos necesitados de su conocimiento y experiencia. Entre los interesados estaban las personas del común y de ellos, la mayoría eran mujeres, debido a que eran estás, las parturientas, casadas, infértiles o engañadas.

La clase social alta pagaba el conocimiento de catedráticos y profesores universitarios, doctos, médicos y sabios para curar males del cuerpo, del espíritu y de la mente. Por ende, la plebe tan sólo tenía a la ermitaña para curar sus males físicos, sentimentales o de cualquier índole. En consecuencia, la única manera de acceder a estas bondades de medicina natural o magia blanca sin ser detectados, era en las horas de la noche y de ser posible, en una que fuese lluviosa, con tormenta, donde la gente no pudiera salir de su hogar. Estas representaciones, de mujeres como las principales clientas, la luna como compañía de la práctica, el sitio apartado en lo profundo del bosque, fue delineando la idea del aquelarre o reunión de brujas, espacio ideal para la invención de la hechicera, personaje que ha encantado a la imaginación popular a lo largo de tantos años. (Cardini, 93-4)

La nueva racionalidad consiguió quebrantar el pensamiento mágico, pero no logró anularlo, de tal forma se mantuvo en boga a través de la oralidad, pues secretos y potajes, hechizos y sahumerios se conservaron gracias a la práctica de hombres y mujeres que conservaban la tradición, entre la conciencia de lo medicinal y lo científico. Así, no se olvidaron y se conservaron completamente actualizados. Con el paso del tiempo, esa oralidad empezó a tomar visos de fantasía, pues lo que una vez se practicó, ahora se contaba, llegando a transformarse en cuentos de viejas o literatura de bardos, quienes utilizaban sus motivos para crear ambientes fantásticos y de maravilla. Una mezcla de realidad y ficción que no fue exclusiva de la sociedad germano-celta, empezó a crear su mundo cultural trasvasado de fértil imaginación y contenidos alucinantes que hoy fascinan por igual a jóvenes y adultos.

Es dentro de los dominios de la monarquía y sus nobles, donde el mago puede desplegar su poder sobre un personaje real, mientras que en la literatura, por ejemplo, se vuelve una figura secundaria en contraste con los héroes, pues puede participar como aliado o como enemigo, ya que su única función es la de servir o desafiar al guerrero en su búsqueda de la aventura y en la consecución de su objetivo. Recordemos la figura del mago Merlín en las aventuras del rey Arturo, siempre prodigándole sus consejos y sabiduría para el despliegue real del personaje. En cambio en los cuentos de hadas, el mago y la bruja adquieren una característica peyorativa, pues son seres viles y crueles, enfrentados a los héroes, de cuyas lides, salen mal parados.

De otro lado, la preponderancia del género masculino fue superior sobre el género femenino, con lo cual la mujer dejó de ser un ente activo del mundo. Ya no fue más creadora o intermediaria entre el origen de la vida y su fin. Este papel se confirió al hombre, en la figura del mago y con él, la magia y lo oculto toman otro rumbo. Sobre este punto queremos resaltar el aporte dado por J.K. Rowling. El Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería vincula sin discriminación a mujeres y hombres, por igual. La mujer tiene cabida como maga y hechicera en contacto directo con el conocimiento impartido a su interior. La magia enseñada allí es blanca, por lo tanto, buena. No obstante, el Colegio Hogwarts, imparte una cátedra denominada “Defensa contra las artes oscuras” para asegurar el discernimiento con el cual algún día, dado el caso, se puedan defender contra un hechizo malvado de algún mago tenebroso, practicante de magia negra.





[1] Se cuenta el conflicto entre dos condes enemigos de la fría Noruega del siglo X. El primero respondía al nombre de Haakon y el otro Thorleif. Un día Thorleif se disfrazó de mendigo y se dirigió a la corte de Haakon que luego de ser mal recibido recitó una maldición en contra del rey de ese salón, provocando con este hecho que Haakon perdiera la barba, el pelo y padeciera de rasquilla enfermiza por un sarpullido que hizo brotar por todo su cuerpo. Este en venganza invocó a la diosa Thorgerdeirpa, quien lo guió en el maleficio consiguiendo primero el corazón de un animal vivo y aun latente, para clavarlo en una figura humana que se haría con madera y que tendría como destino el propio Thorleif que luego de recibirla moriría en pocos días. (Cfr. R. Kieckhefer. La magia en la edad media, Barcelona: Crítica, 1992, pág.54)
[2] Dicho de un espíritu bajo que según la superstición vulgar tiene comercio carnal con un varón bajo la apariencia de una mujer. Cfr. Diccionario de la Lengua Española. Vigésima segunda edición. buscón.rae.es/draeI.
[3] Las banshees forman parte del folclor irlandés desde el siglo VIII. No se trata de criaturas malvadas, pero sus inquietantes alaridos las hacen parecer bastante horripilantes. El rasgo físico más distintivo son los ojos, que se le han vuelto de un rojo encendido tras siglos de llorar a quienes amaron y por los que guardan duelo. Suelen ser mujeres altas y delgadas con una mata flotante de cabellos blancos, un vestido verde y una capa gris con capucha. Sin embargo, a veces pueden aparecer bajo la forma de una viejecita menuda o de una hermosa joven de cabellos dorados vestida de rojo. Cada banshee se dedicaba exclusivamente a una de las grandes familias irlandesas a la que servía durante siglos, hasta cuando uno de sus miembros iba a morir y lo anunciaba con su llanto. Cfr. Allan Zola. Diccionario del mago. Barcelona: Grupo Z, 2002. Pág. 54
Cfr.www.lallorona.com/banshee. Los irlandeses suelen contar historias sobre Bean Sidhe, "la mujer de las colinas" o "la mujer de las fantasías", un espíritu que llora cuando una muerte es inminente. Bean Sidhe es popularmente conocida como Banshee. Tanto la Banshee como la Llorona lloran eternamente por la pérdida de una vida. También como la Banshee, se dice que la Llorona toma forma humana. Resaltamos la comparación entre banshee europea y la llorona latinoamericana.
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